jueves, 19 de mayo de 2016

Fantasmas

La casa de mi padre siempre estuvo habitada por fantasmas, de hecho,  cuando le doy cierto valor de pertenencia al sustantivo “casa”, en verdad, no estoy siendo objetiva, teniendo en cuenta que él era una criatura del aire, alguien que levitaba en lugar de caminar,  o simplemente,  transcurría entre las cosas de una manera silenciosa y fugaz.
Yo solía verlo pegado a la radio, que tenía siempre en un rincón de la mesada. La apoyaba sobre el suplemento deportivo, que acostumbraba a retirar con ligereza del diario, para evitar que terminara cumpliendo otro rol en manos de mi madre o las mías. En esos tiempos no me preguntaba por qué en lugar de llevarse la Spica a la oreja y adoptar una posición más cómoda,  prefería  agacharse haciendo contorciones en un espacio muy reducido de la cocina donde solo entraba  él.  Acomodando allí sus huesos cortos y flexibles con cierta destreza envidiable, sobre todo para mi madre, que siempre tuvo sobrepeso y se movía con torpeza.
En esas largas tardes de domingo de la infancia, cuando yo era demasiado chica para salir, pero grande para jugar con muñecas y todo era aburrimiento, buscaba a mi padre para iniciar alguna conversación que por lo general abandonaba pronto, sobre todo cuando él me miraba con esa media sonrisa y me dejaba hablar sin seguirme, hasta que yo comprendía que a lo mejor,  lo que él quería, era apoyar la oreja en la radio para escuchar la voz engolada del locutor o relator deportivo.
Cuando no lo encontraba en su rincón con la Spica,  me asomaba por la ventana trasera y lo observaba, en cuclillas, fumando o jugando con el perro, siempre con su media sonrisa  desdibujada entre las volutas de humo,  o con el seño fruncido, si es que hubiera algo que le preocupara. Me gustaba verlo así, lejos de la Spica, y con la mirada perdida,  clara,  como el cielo cuando está resplandeciente;  porque sus ojos oblicuos,  transmitían ternura y hasta cierto desamparo infantil.
Al hacer estas retrospectivas, voy reafirmando mi odio por esa radio maldita que mantenía a mi padre embuchado en ese rincón de la cocina;  tan distraído de la vida, y tan lejos de mí.   



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