Tremenda
se mira al espejo. Se acomoda la peluca de cabello natural color rubio dorado intenso, luego se ajusta el corsé de lentejuelas para
que su cintura se vea más femenina y disimule la asimetría amorfa de su cuerpo.
Después, hace un escrutinio minucioso
del maquillaje de sus ojos; se asegura que
las pestañas queden bien pegadas y no se note el adhesivo, que el delineado
tenga el mismo grosor, o que el degradé
de la sombra no esté más claro o más oscuro en uno que otro párpado. Por último
revisa el brillo de los zapatos y se mira de cuerpo entero.
Cuando
sale al pequeño escenario, que se reduce a un habitáculo de dos por dos, ella
se imagina entrando al del Maipo, rodeada de luces de colores, y hasta puede
ver a un público eufórico pidiéndole que cante. Tremenda sonríe, con esa
sonrisa bien estudiada, mostrando siempre su mejor perfil. Levanta los brazos
en actitud de sorpresa y frunce su boca roja, brillosa de purpurina, después
apoya las manos en las caderas, y sin dejar de fruncir sus labios, baja
delicadamente los párpados, como si fueran telones de terciopelo, y le hace una
reverencia a su público. Entonces, como si estuviera a punto de rezar una plegaria, comienza a cantar: Sorry, is all that you can’t say…
Tremenda
se siente angelada cuando canta. Solo así es feliz. No importa que la canción
no combine con su ropa de cabaret suburbano, ni siquiera el hecho de hallarse
en el guardarropa de “El dorado”, con
una fila de personas esperando que largue la botellita de cerveza que utiliza
como micrófono, para que les guarde sus prendas y puedan entrar a ese mundo de
fantasía. Ella no necesitaba ingresar para aislarse del mundo exterior, solo
vestirse y cantar.
Algunos
se ríen, otros la miran con pena, pero muchos, dentro de ese colaje indescifrable
de personalidades; con el pelo a lo Marilyn, el vestido a lo
Gilda o las pestañas como Lisa Minelli, desearían tener un poco del triste
coraje de Tremenda. Desearían romper las cadenas y cantar como ella. Pero nada
es como parece ser.
Tremenda
sabe, que después de salir de “El
dorado”, de sacarse el corsé, el
maquillaje, las uñas postizas, sus hermosos zapatos de quince centímetros, la
peluca de cabellos naturales, y hasta las lentes de contacto azules, ella
tendrá que ser él; el hombre serio que
todos conocen como el Doctor Carlos, el
hombre sombrío y solitario que cumple eficientemente con su trabajo...el
hombre.
Nadie
tiene porque saber, que él, también es
un colaje.