martes, 28 de junio de 2016

Colaje

Tremenda se mira al espejo. Se acomoda la peluca de cabello natural  color rubio  dorado intenso,  luego se ajusta el corsé de lentejuelas para que su cintura se vea más femenina y disimule la asimetría amorfa de su cuerpo. Después,  hace un escrutinio minucioso del maquillaje de sus ojos;  se asegura que las pestañas queden bien pegadas y no se note el adhesivo, que el delineado tenga el mismo grosor,  o que el degradé de la sombra no esté más claro o más oscuro en uno que otro párpado. Por último revisa el brillo de los zapatos y se mira de cuerpo entero.
Cuando sale al pequeño escenario, que se reduce a un habitáculo de dos por dos, ella se imagina entrando al del Maipo, rodeada de luces de colores, y hasta puede ver a un público eufórico pidiéndole que cante. Tremenda sonríe, con esa sonrisa bien estudiada, mostrando siempre su mejor perfil. Levanta los brazos en actitud de sorpresa y frunce su boca roja, brillosa de purpurina, después apoya las manos en las caderas, y sin dejar de fruncir sus labios, baja delicadamente los párpados, como si fueran telones de terciopelo, y le hace una reverencia a su público. Entonces, como si estuviera a punto de rezar  una plegaria, comienza a cantar: Sorry, is all that you can’t say…
Tremenda se siente angelada cuando canta. Solo así es feliz. No importa que la canción no combine con su ropa de cabaret suburbano, ni siquiera el hecho de hallarse en el guardarropa de “El dorado”,  con una fila de personas esperando que largue la botellita de cerveza que utiliza como micrófono, para que les guarde sus prendas y puedan entrar a ese mundo de fantasía. Ella no necesitaba ingresar para aislarse del mundo exterior, solo vestirse y cantar.
Algunos se ríen, otros la miran con pena, pero muchos, dentro de ese colaje indescifrable de personalidades;   con el pelo a lo Marilyn, el vestido a lo Gilda o las pestañas como Lisa Minelli, desearían tener un poco del triste coraje de Tremenda. Desearían romper las cadenas y cantar como ella. Pero nada es como parece ser.
Tremenda sabe,  que después de salir de “El dorado”,  de sacarse el corsé, el maquillaje, las uñas postizas, sus hermosos zapatos de quince centímetros, la peluca de cabellos naturales, y hasta las lentes de contacto azules, ella tendrá que ser él;  el hombre serio que todos conocen como el Doctor Carlos,  el hombre sombrío y solitario que cumple eficientemente con su trabajo...el hombre.
Nadie tiene porque saber, que él,  también es un colaje.